lunes, 18 de abril de 2016

Improvisando por Austria (1ª Parte)



En 2012 tuve la suerte instalarme durante unos meses en Austria por trabajo. Por desgracia para mí, esta etapa tenía una fecha de caducidad. Austria me había impactado desde el mismo momento que puse el pie en ella, y si quería disfrutarla no había tiempo que perder, había que exprimir los fines de semana de aquel verano. Y lo hice a mi manera: simplemente yendo a deambular sin un rumbo fijo por los adoquines de Salzburgo, saliendo en bicicleta a descubrir los pueblos y paisajes que se dejaban caer por la orilla del río o, mi favorita, lanzándome a la carretera.


Uno de estos viernes por la tarde planeando una escapada, descubrí lo cerca que estaba un lugar muy relacionado con la turbulenta historia de mi país del último siglo: Mauthausen. Decidí empezar por ahí, luego ya veríamos.



Soy consciente de que la visita a estos lugares puede resultar… controvertida. En la Europa sumergida en un turismo de masas en la que vivimos, hay muchas ocasiones en las que la línea entre apreciar un hecho histórico, el homenaje a unas víctimas y el morbo puede ser muy delgada. Ya había visitado Auschwitz antes y fue una de las experiencias viajeras que más me han impactado, en sentido positivo, por lo que estaba preparado para afrontar la visita.

Poco después de pasar Linz… ¡Zas! Un sitio como este no necesita de más ambiente para vivirlo, pero si te vas acercando a él a través de una densa niebla, puedo asegurar que los pelos de los brazos se erizan.






Una vez dentro, no hace falta tirar de imaginación, ya que ese escenario lo hemos visto en muchas películas o documentales. Al mismo tiempo que vas pasando, casi puedes visualizar lo que se vivió en esas explanadas, en esos sótanos o en esas canteras. Ver además las banderas españolas y las placas con apellidos castellanos hace sentirlo más cercano si cabe.






Ya satisfecha la curiosidad de conocer el memorial me encuentro con la primera sorpresa. Mauthausen no es muy conocida por mucho más que su campo de concentración, pero el pueblo en sí tiene mucho atractivo, con sus casas de colores vivos regadas por el Danubio.







Próxima parada, justo al otro lado del río: Enns. Más casitas típicas y una bonita torre del reloj dominando la ciudad. Un paseo agradable, pero lo mejor estaba por venir.



Ya con el sol empezando a caer (sí, esto es Centroeuropa, el tiempo juega en nuestra contra), el coche me lleva a Steyr. Un poco de callejeo es suficiente para darse cuenta de que este no es un lugar cualquiera, sino una de las ciudades más bonitas de la Alta Austria.




Es el momento de cambiar de planes. Esta maravilla hay que verla a la luz del día. Va a ser mejor buscar un hotel y vivirla sin prisas, que volver a casa.

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