jueves, 23 de junio de 2016

7 consejos para convertir un viaje de grupo en una experiencia completa



1- Primer requisito, imprescindible para poder llevar a cabo los siguientes pasos. Busca un grupo con incansables ganas de descubrir, con las baterías cargadas a tope desde el más joven al más veterano, con un buen humor que aprovecha cualquier resquicio para aparecer, con la conciencia de que si todos ponen un poquito de su parte se multiplican los efectos positivos del viaje.



2- Un grupo siempre tiene unas necesidades que, si son satisfechas, van a hacer que las experiencias que depara el viaje tomen un sabor diferente. Un ejemplo: puede ser que tu grupo venga desde Argentina, donde compartir un mate es casi una religión. Como las normas de los aeropuertos son las que son, puede ser que llegue el inicio del viaje y no haya ningún kit disponible. Cuando quedan varios miles de kilómetros por recorrer y muchas colas que esperar, la búsqueda de yerba, bombilla y mate se convierte casi en una obligación para el guía. 

Ahora sí: listos para los paisajes checos

¿Temporada alta en el Castillo de Praga? ¿Qué importa?


3- Una regla de oro de los circuitos: No debe haber tiempos muertos. Los manuales de programación de visitas dicen que si un grupo hace un viaje que ronda las 24 horas y llega al destino (en nuestro caso, París) hacia el mediodía, se debe dejar esa tarde de descanso y comenzar las excursiones al día siguiente. Esos manuales obvian el hecho de que el ansia por descubrir lugares nuevos no entiende de biorritmos. ¿Acaso es más excitante quedarse lamentando el jet lag en una habitación de hotel que descubrir un pedacito de París que rara vez se incluye en los programas, como es Montmartre? Si la respuesta unánime es NO, sólo queda subir al bus y dejarse llevar.

¿Lluvia? ¿Qué lluvia?


4- Los que hemos viajado algo por la vieja Europa, bien sabemos que hay ciudades que tienen un encanto diferente de día y por la noche, a cual más cautivador. Una de estas privilegiadas ciudades es Praga. Nosotros tuvimos la suerte de que fuera una de nuestras paradas, pero por “desgracia” la visita está prevista para las horas de sol. Nada que no se pueda solucionar sobre la marcha: siesta, cena un poco más temprano y de nuevo nos lanzamos a la calle para no perdernos esa maravilla.



Como romper con lo preestablecido a veces tiene su recompensa, un espectáculo de fuegos artificiales nos sorprendió a nuestro paso por el Castillo a modo de señal mística.



5- Día 14 de viaje. Tenemos una larga etapa de más de 500 kilómetros entre Praga y Budapest, con las incómodas paradas en las fronteras incluidas. Para muchos, un día perdido. Para los hambrientos de viajes, una oportunidad única. Resulta que parte de esos muchos kilómetros transcurren por un país diferente que se llama Eslovaquia y que la autopista pasa junto a su capital, en mi opinión, muy infravalorada por el turismo. Lo sentí mucho por los amantes de los almuerzos en estaciones de servicio, pero este día decidimos parar a comer en Bratislava y de paso conocer esta capital renovada y decadente a partes iguales.



6- ¿Es que sólo vamos a ver monumentos y más monumentos? Error. Son muchos días de horarios estrictos, de jornadas maratonianas escuchando historias de reyes y reinas. Tan importante es no perderse nada de lo que las ciudades ofrecen, como encontrar algún oasis de ocio entremedias. Tras una cena relajada en el hotel, nos damos cuenta que en los sótanos hay una bolera, y de nuevo una idea improvisada es bien acogida entre los viajeros. Ojalá todos los circuitos incluyeran un rato en un ambiente distendido donde jóvenes y mayores comparten unas risas mientras hacen deporte.



7- Muchas veces creemos que la cultura está simplemente para ser vista o como mucho ser escuchada a través de una audioguía. No nos olvidemos que en países como Bélgica, Alemania o República Checa parte de la cultura se saborea, es rubia con burbujas, reconforta y desinhibe. Aquellos que, para conocer la cultura de estos países se han limitado a meterse en un museo y no se ha sentado en un bar para pedir una cerveza local al azar, me temo que se han perdido algo.



Salud!

domingo, 15 de mayo de 2016

Brujas, la reliquia medieval





En turismo gusta mucho poner etiquetas. La ciudad de la que hoy nos ocupamos, muchos la conocen como la Venecia del Norte. Es un sobrenombre muy poco original, ya que se utiliza en Hamburgo, en San Petersburgo, en Estocolmo, en Amsterdam… Los de aquí prefieren llamar a Venecia la Brujas del Sur.
Paseando por estas calles, no nos van a venir a la cabeza historias de brujas precisamente. Si acaso algunas hadas de cuento. Sin embargo, a los españoles, el nombre de Brugges nos sonó al oído a Brujas más que a los puentes que en realidad significa su nombre en flamenco. Y así se quedó.



Hay un dicho que dice que en Brujas no existe el tiempo. Pero más bien podríamos decir que en Brujas existen varios tiempos a la vez. Cuando visitamos Brujas, además hacemos un viaje al siglo XIV. ¿Os imagináis que por ejemplo Nueva York poco a poco se fuera abandonando hasta convertirse en una ciudad fantasma y que dentro de 400 años la descubriéramos intacta? Esto es lo que pasó en Brujas, una de las ciudades más ricas de la época, quedó dormida, aletargada, congelada, para que hoy nos la encontremos casi como un escenario de cuento: con callejones adoquinados, canales de ensueño, plazas de mercado, torres medievales…


Para situarnos, esta zona del Mar del Norte era el centro comercial más importante del mundo: Amsterdam, Amberes… Aquí llegaban por barco buena parte de las mercancías que se movían por el mundo, principalmente los exóticos y cotizados tejidos de las Indias. ¿Cómo es posible que Brujas, que se encuentra a 20 km de la costa, entre en este selecto grupo de puertos? Pues una noche por allá por el 1100 tuvo una gran suerte… y es que le cayó un diluvio impresionante. Sí, la salida de aguas de esa gran tormenta excavó un canal hasta el mar, el Zwin, que le permitió no sólo quedarse un trozo de esta gran tarta comercial, sino convertirse en uno de los mayores puertos de Europa. Grandes empresas, inversores y marchantes de arte se instalaron en la ciudad. Lo que hoy es una ciudad pequeña, llegó a duplicar la población de Londres durante su apogeo. Llegaron a impresionar nada menos que a la reina de Francia, cuando afirmó: Yo pensaba que era la reina, pero aquí he encontrado 600 rivales.


En plena efervescencia económica y comercial, se produjo un hecho clave para el mundo contemporaneo. Justo al norte del Markt se encontraba la calle de los bancos. Aquí había una casa donde los empresarios se reunían cada tanto para negociar la compraventa de títulos y otros instrumentos financieros, algo parecido a lo que hoy son las acciones. El dueño de esta casa se llamaba Ter Beurze, por lo que ese intercambio de valores empezó a llamarse Bourse, en castellano… Bolsa. Podría decirse que Wall Street nació en Brujas hace más de 800 años.


Fueron 400 años de prosperidad que acabaron casi de la misma forma que empezaron. Aquel canal que se abrió al mar se fue enarenando hasta que dejó de ser navegable. Y si no llegan barcos, no hay comercio. Los mercaderes se mudaron a la vecina Amberes. Poco a poco la ciudad se fue quedando abandonada y acabó entrando en un letargo de otros 400 años.
Hace escasamente 150 años que los turistas ricos redescubrieron esta reliquia medieval que había permanecido embalsamada durante siglos. Brujas fue atrayendo cada vez a más curiosos, y con los ingresos que se generaban se fue invirtiendo en su rehabilitación que permite que hoy en día podamos disfrutarla como si fuera una especie de burbuja del tiempo.






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