Hoy os
traigo la historia de uno de los muchos personajes pintorescos que ha dado mi
ciudad adoptiva actual: Granada.
Pongámonos
en situación. Estamos en medio del siglo XIX. Por un lado, tenemos a una clase
social alta cada vez más interesada en el turismo. Estos visitantes buscaban,
más que contemplar monumentos, vivir en primera persona una serie de extrañezas
culturales que, de alguna manera, dieran notoriedad a sus viajes.
En la
otra cara de la moneda, tenemos a una clase obrera que trabajaba de sol a sol
para ganar apenas para vivir. A este grupo pertenecía Mariano, el herrero del
Sacromonte. Este emprendedor fue capaz de identificar las necesidades de los
acomodados viajeros que visitaban Granada y vio en ellas una forma de ganarse
la vida más gratificante que la durísima fragua. Complementó sus rasgos
castizos con una vestimenta goyesca y su característico sombrero de catite, se
buscó un nombre acorde a su imagen y se lanzó a los bosques de la Alhambra. Había
nacido el personaje de Chorrojumo, el rey de los gitanos.
Ya sólo
su sobrenombre le da cierta peculiaridad. Lo único que se sabe seguro es que
hace referencia a un “chorro de humo”. Hay quien piensa que le llamaban así
porque siempre iba fumando. Puede ser que fuera por la forma de su sombrero,
que recuerda a una chimenea. Quizás fuera por la rapidez con la que se esfumaba
una vez conseguida su propina. Lo cierto es que tenía la piel tan oscura que parecía
que le había dado un “chorro de humo” en la cara.
En un
primer momento se limitó a deambular por el recinto de la Alhambra y se dejaba
hacer fotos a cambio de unas monedas. Después comenzó a vender postales y a dar
paseos con los turistas mientras visitaban el recinto mientras les contaba
alguna que otra historieta (poco importaba que ya las hubiera contado antes
Washington Irving en sus Cuentos de la Alhambra si las hacía propias con tanto
aplomo). Poco a poco logró tanta popularidad o más que el propio monumento. Una
visita a la Alhambra sin el aderezo de su personaje podía llegar a resultar
sosa. Luchando contra su avanzada ceguera y sus numerosos imitadores (se dice
que era bastante común encontrarlo enzarzado en una pelea a garrotazos contra
ellos) se dedicó a dar vida a los palacios hasta el último día de la suya: ya cumplidos
los ochenta años, murió en plena visita.
Chorrojumo
fue el primer kiosquero que vendió postales, el padre de las gitanas que leen
la mano en la calle Oficios y el inventor de las cenas con espectáculo flamenco.
Pero sobre todo, fue el pionero de la profesión que a algunos como a mí nos apasiona:
el primer guía turístico de Granada.